Aula Gerión

Asociación para la defensa del Patrimonio Histórico - Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)

 

 

 

VII Premios Conservación del Patrimonio Histórico

 

Presentación

 

 

 

 

Los escenarios de la memoria

                                                                                                                              Eduardo Mendicutti*

Cuidar, conservar, mantener, habitar los escenarios que nos han ido acompañando en la vida es proteger la memoria contra las inclemencias del tiempo que se conjura para alejarnos de nosotros mismos, tanto individual como colectivamente.             

Venimos de lo que fuimos, pero también de donde estuvimos, de lo que nos acogió y nos rodeó, de todos esos escenarios íntimos – a veces hasta secretos –, y también familiares y comunitarios, que han ido alimentando nuestras experiencias y nuestros cinco sentidos: el de la vista, el del olfato, el del gusto, el del oído, el del tacto. Somos hijos e hijas de los lugares que nos vieron nacer y crecer, que nos acompañaron en nuestras peripecias personales, en nuestros descubrimientos, en nuestras vivencias gozosas y dolorosas. Todos esos lugares forman parte insoslayable de la materia de la que se nutren nuestros recuerdos, son proveedores y cómplices del legado que recibimos de aquellos a quienes recordamos, y que dejaremos a quienes nos recordarán.

Cuidar, conservar, mantener, habitar esos lugares es cuidar, conservar, mantener, habitar nuestra memoria, y la memoria de quienes nos precedieron, y la memoria de quienes nos sobrevivan. Descuidarlos, destruirlos, vaciarlos, deshabitarlos, olvidarlos es apagar los rescoldos de cada tiempo vivido, mutilar ese tiempo que es siempre un privilegio compartir con quienes lo vivieron antes que nosotros, y con quienes lo vivirán en días futuros. Una ruina, una oquedad, una vulgaridad, una extravagancia, una mamarrachada, o incluso una brillante virguería si es intrusa e innecesaria, no son sólo un atentado contra la morfología cristalizada y cordial de una ciudad, sino también un atentado contra la hospitalidad que los habitantes de una ciudad nos debemos a nosotros mismos, un atentado contra la más emocionante cercanía que puede haber entre una ciudad y quienes viven en ella, y quienes la visitan y la recuerdan.

La modernidad es una bendición, y no es incompatible con la protección de nuestro entorno y nuestro patrimonio histórico, arquitectónico, urbanístico, comunitario, hogareño. Todos debemos preocuparnos de que en nuestra ciudad se instale un diálogo fluido y enriquecedor, benéfico, entre lo que hemos heredado y lo que estamos actualizando y construyendo para que vivir en comunidad resulte lo más cómodo, práctico, higiénico y agradable posible, dentro de lo que permitan los recursos disponibles. Pero para que ese diálogo acogedor y fértil se produzca y perdure es imprescindible que no se asfixie –  por desidia o por actuaciones facilonas, codiciosas o desaprensivas – la voz de esa ciudad heredada, su palabra, sus gesto, su olor, su luz, su sonido, su sabor, su tacto. O dicho de una manera más de andar por casa: su personalidad de toda la vida. Por eso es tan emocionante, y tan admirable y digno de gratitud, la decisión y el mimo con que han defendido esa voz, esa  imagen y esa personalidad de la ciudad heredada los propietarios o responsables de los edificios premiados este año, y de los premiados en años anteriores, y de todos los seleccionados, año tras año, para estos premios del Aula Gerión.

Además, para alguien que, como yo, se dedica con movediza perseverancia y con la benevolencia de un puñado de lectores a escribir – o sea, a reconstruir muchas veces, para mí y para otros, los lugares y sus bullicios depositados en mi memoria – resulta particularmente gratificante saber y comprobar que muchos de esos edificios, de esos interiores, gran parte de esa cartografía urbana y sentimental que a mí me ha servido para reedificar el pasado, para resucitarlo a través de la palabra y de la narración, está siendo cuidada, conservada o recuperada y que, gracias a ello, puedo seguir reconociendo la ciudad y las huellas que en la ciudad han ido dejando, aunque sólo sea para mí, no ya sólo lo que en ella he vivido, sino lo que en ella he imaginado, soñado, deseado y añorado. Todo lo que en ella he aprendido. Todo lo que en ella me ha reconfortado, dolido, conmovido, divertido, irritado y seducido.

Esa ciudad reconocible está llena de historias, de personajes, de palabras, de experiencias visuales, auditivas, olfativas, gustativas, táctiles: con todo ello, y con los ingenios del oficio literario, un escritor describe y cuenta su ciudad. Muchas veces, para un escritor ni siquiera es necesario conocer perfectamente bien los lugares que elige como escenarios de sus historias, porque la fascinación y la imaginación son mucho más poderosas que la escueta realidad. Con frecuencia, incluso, el escritor, el narrador, disfraza o modifica todo lo que le sirve de soporte y referencia espacial, verbal o sensorial. Pero saber y recordar que todos esos puntos de referencia – una casa, un chalet, una bodega, una fachada memorable – se mantienen en pie, y están cuidados y vividos, es una hermosa terapia contra los desánimos causados por la voracidad del tiempo.   

Soy consciente de que también la ruina y la pérdida alientan, cuando caen en manos del talento, la mejor literatura. Pero, en términos literarios, no sólo la congoja es digna de celebración. Un edificio herido y maltratado debe inspirar compasión y protesta, y un edificio respetado y conservado para la vida de la ciudad debe animar a la satisfacción y al reconocimiento. Todas son emociones nobles. Pero la satisfacción y el reconocimiento por el cuidado del patrimonio común tienen una dimensión cívica, ética, moral que despliega la bendita virtud de reconfortarnos. 

Por supuesto, nadie quiere una ciudad embalsamada. Queremos y agradecemos una ciudad sostenida por la armonía, el respeto y la solidaridad. De esa armonía urbana, de ese respeto ciudadano, de esa solidaridad son ejemplo a imitar todos los que han ganado estos premios, y todos los que lo merecen aunque aún no los hayan ganado.  

 

En Sanlúcar de Barrameda, a 24 de julio de 2010

 

* Eduardo Mendicutti es escritor y periodista.

Texto leído en la Presentación del acto de entrega de los VII Premios a la Conservación del Patrimonio Histórico, concedidos por Aula Gerión.

 

 

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