
Valientes asociados
del Aula Gerión, distinguidos premiados, amigos todos.
Este es el comienzo
de mis días:
Todas las mañanas,
pasadas las 7, tomo café con un grupo de hombres maduros (en
años, en vida) en el Café Pozo, en la plaza de Abastos.
Yo le llamo el café
de los viejos, porque son unos extraordinarios fabuladores,
excelentes contadores de historias que transforman en relato
los más insignificantes acontecimientos del momento:
el FMI, Esperanza
Aguirre, los bonos europeos, la situación en el mundo,… cada
conversación se vive con pasión, con fortaleza, a veces con
desesperanza, pero siempre con sentimientos y así, la mañana
se me abre como un regalo, porque siempre me recuerdan que
hoy será un gran día de todas formas, que el día de hoy ya
no volverá a amanecer jamás, que la vida me está esperando
como un nuevo desafío, como si fuera mi único día por vivir.
Así empiezo, todas
las mañanas de mi mundo, y salgo a la calle con ilusión, con
entusiasmo y con ojos de gratitud.
Sí, debo dar las
gracias, soy un hombre al que le gusta dar las gracias.
He decidido empezar
con un breve back-story, como las películas americanas, para
introduciros en la historia que vengo a contar, pero no he
olvidado este gesto al que me siento obligado: el dar las
gracias.
Quiero agradecer al
Aula Gerión (ese grupo de Centauros del desierto,
infatigable, obstinado, justo… que persigue proyectos que
harían abandonar a muchos, pero allí siguen, con la
fidelidad de los que creen), como digo, agradecerles a todos
y cada uno de los que pertenecen a ésta, la posibilidad que
me ofrece, el privilegio de hablar a este público.
Gracias. Siempre he
creído que todo interlocutor con quien comunico es un líder
de opinión, porque la influencia de éste sobre otros puede
ser infinita; una sola palabra puede provocar en su receptor
toda una historia de amor y esto me parece fascinante porque
forma parte de la magia de la vida. Hoy, siento este
privilegio con mayor responsabilidad por estar ante gente a
la que quiero y a las que pertenezco como conciudadano (y,
me gustaría pensar, también como hermano).
Gracias a quien se
ha ofrecido a hacer mi presentación, Lola Moreno, osada
amiga, porque sus palabras destilan el afecto y valor que me
profesa y que ahora debo ser deudor de las mismas.
Gracias a los
premiados por esa vocación de hacer más habitable el mundo.
Espero que hoy
pueda ser un día único, porque ¿y si lo que en este preciso
momento pudiera decir sea capaz de provocar un shock, una
reacción atómica en alguno de vosotros, en uno solo de
vosotros? ¿No sería maravilloso? Porque quien cambia un
corazón, cambia el mundo entero.
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El patrimonio inmaterial
Una
ciudad no son sus casas, ni sus calles; no es su ubicación
geográfica, ni su pertenencia a una historia; son sus
personas. Una ciudad no es un cadáver lleno de mundo, sino
un ser vivo, orgánico, que crece y se desarrolla con
nosotros. Éste es su patrimonio inmaterial.
Solemos olvidar que
nada tiene sentido para nosotros si no es en beneficio de
nuestra propia felicidad y que todo lo que no nos lleve a
ella, debemos cambiarlo o transformarlo. A estas alturas de
la historia de la Humanidad, el hombre ya debería saber cómo
hacer felices a los demás. Hemos avanzado enormemente en la
ciencia, en las artes, en el conocimiento, pero también en
la destrucción, en la insolidaridad, en los miedos… El
hombre necesita al hombre, necesita de su contradicción, de
su sombra; el hombre aspira a ser dueño de las cosas y
olvida que lo somos también del cielo, precisamente porque
mucho de éste está aquí, en la tierra.
Esta ciudad,
nuestra ciudad, Sanlúcar de Barrameda, está maravillosamente
dotada para nuestra felicidad, lo sé porque he tenido la
oportunidad de viajar constantemente y, sintiéndome
esencialmente ciudadano del mundo, entre iguales, la sola
idea de tener sangre sanluqueña, ya saben, (los más adultos)
algo de palo cortado y amontillado, y en mi caso, además, mi
madre se empeñó en fomentar mi sanluqueñismo, dotándome de
grandes ingestas de acedías de Sanlúcar, que mi abuela
Dolores, le entregaba cada semana porque decía que estábamos
muy lejos y que vivíamos entonces casi en el extranjero, en
Sevilla, todo esto me hace morir de nostalgia cada vez que
estoy fuera. Pero sin duda, puedo afirmar que ser sanluqueño
es estar unido al mundo.
El mundo. Algo de
todo, de todas partes, se encuentra aquí, porque ésta es su
identidad: Sanlúcar de Barrameda, es una ciudad abierta.
Las grandes
historias que se generan en este microcosmos surgen de un
modo connatural, en ese cuerpo vivo que son sus gentes y su
patrimonio, por eso esta ciudad tiene que ser cuidada,
respetada y amada, porque nos lo debemos a nosotros mismos.
Esta ciudad
necesita de nuestro entusiasmo. Sí, es difícil hoy hablar de
tener ganas de vivir, pero debemos pelear por ello. Es una
lucha maravillosa. Porque esta ciudad permanecerá para
nuestros hijos cuando nos hayamos ido y ésta ya es un
espléndida excusa para hacerla cada día más grande, más
bella, más cierta.
La mejor forma de
hacerlo es con mayor convicción por la vida. Tener un
proyecto de ciudad y hacerlo nuestro. Este es un momento
complejo, duro para muchos, pero posiblemente sea el más
estimulante de la historia de la humanidad porque nos
reclama lo mejor de cada uno. De esta difícil situación que
tratan de resolver los líderes políticos saldremos,
finalmente, por las palabras, los sueños y los anhelos
personales, no por los números. Lo conseguiremos aunando
ilusiones, para lo que habrá que aumentar los niveles de
educación, investigación y desarrollo para asumir el
porvenir con esperanza y preparación, considerando que el
principal activo ya está en el hombre, en su inteligencia,
en su sabiduría y en su formación.
Los
valores de este nuevo reto se están construyendo en este
instante, por personas que creen en la vida, que persiguen
metas difíciles, por sus hijos, sus bienes más sagrados. En
esta ciudad necesitamos ideas, las de todos, jóvenes
indignados y aquellos que pueden aportarnos el valor de la
experiencia; una ciudad entera haciendo de I+D+i
(investigación, desarrollo e innovación) en beneficio de sí
misma.
Cada uno de
nosotros debe soñar y plantearse qué ciudad quiere. Esto
reclama responsabilidad y valentía, no en manos de otros,
sino en la de todos. Este ejercicio de conciencia debe
propiciarse como un debate permanentemente abierto, porque
la ciudad sigue su propio curso, mantiene su pulso, vivo,
constante, como el río que la adormece en cada marea y la
ciudad nos reclama su tutelaje.
El hombre necesita
de ese valor único que lo hace distinto a todo lo demás
existente en la Naturaleza y que no es otro que la Cultura;
sabe que la Cultura hace libre y obstinados a cada uno de
nosotros, nos hace vivir con lucidez, crítica y
posicionamiento. Así se construye la ciudadanía. Nos hace
personas capaces cuando esa Cultura está construida desde la
honestidad y la constancia.
La Cultura que se
edifica desde la pasión, desde la verdad, no necesita de
instrumentos para vivir. Existe porque el hombre así lo
quiere. Las personas miran a esa Cultura como el marco para
su crecimiento y el artista, creador, intelectual o maestro
sobrevive desde la ilusión de querer transformar un mundo
vacío.
Todo el esfuerzo
que supone la responsabilidad de crear, mantener y difundir
el Patrimonio está justificado por el legado que daremos a
las generaciones futuras y, también por el tejido de
voluntad y humanidad que creamos en la actualidad. No es
sólo el bien material, eso que llamamos obra de arte o
patrimonial, sino todo lo que supone esa parte intangible y
espiritual de nuestra esencia, de lo que somos, de lo que
fuimos.
Así mismo, la
búsqueda de la verdad, la capacidad de expresarnos libre y
críticamente ha de ser sagrada, la lucha por nuestro
compromiso, más allá del silencio de la soledad o de las
prebendas del poder, tiene que ser la luz que nos guíe en
este viaje iniciático. Necesitamos mentes críticas,
necesitamos mentes libres, como la de los niños, libres de
prejuicios, inverosímiles, fugaces, auténticas. Hacen falta
más locos en este país. Necesitamos que este pueblo sea
capaz de recordarse que puede hacer casi cualquier cosa,
cada uno de nosotros somos capitanes de nuestro destino,
porque nos hemos regalado el placer de resistir. La Cultura
sigue siendo la mejor forma de edificar nuestro entorno, de
permitirnos ser mejores, de hacernos crecer. Un pueblo culto
es un pueblo libre, exigente, enamorado de la vida.
En Sanlúcar de
Barrameda debemos asumir el presente y el futuro con ilusión
y calidad, mediante la crítica, el debate, la
experimentación y la construcción de modos alternativos de
acción, sin miedo a equivocarnos; debemos creer en el sector
empresarial como generador de riqueza y de empleo,
ofreciéndole espacios creativos para ampliar las ideas,
asumir la excelencia como valor fundamental en las
relaciones entre todos para crecer como personas y cuidar
nuestro entorno como a una madre que ya es mayor y necesita
el aliento de sus hijos; en definitiva, debemos recuperar la
confianza, mirar a las personas como individuos, más allá de
lo que hacen o cómo lo hacen, para fomentar en ellas el
talento, la solidaridad, la tecnología, la creatividad y la
emoción. En esta ciudad hacemos falta todos.
En este escenario,
permítanme la licencia de brindar algunas líneas de trabajo
:
1º- Crear un Plan
Local de Patrimonio Histórico e Inmaterial
Un plan capaz de
recoger y almacenar nuestro presente, mirando atrás para
construir el mañana, donde edificaciones, arte, artesanía,
voces y sonidos, gastronomía y todo tipo de cultura, tenga
un lugar para el reencuentro.
Para
ello es prioritario hacer de los usuarios de este
patrimonio, auténticos protagonistas, no meros
contempladores, ideando recursos, aportando proyectos
diferentes, buscando procedimientos para romper con la falta
de argumentos por asumir la responsabilidad ante la vida, lo
que nos permite soñar con un mundo más humano. Es importante
dar valor, porque todo hecho patrimonial debe pervivir, ya
que es la constatación de lo que hemos sido, de cómo fue
nuestro entorno, como si fuera un sismógrafo. Es nuestro
deber ayudar a conservar. El patrimonio artístico es nuestro
ADN espiritual (y también emocional), nos pertenece a todos
y, aunque sea experimentado desde posiciones personales,
como conjunto es un valor colectivo. Este legado multiplica
nuestros estímulos, nos ofrece perspectivas y nos motiva
para ser mejores. Este deber nos convierte a todos nosotros
en los garantes del legado a otras generaciones.
2º- Diseñar y poner
en marcha un Plan estratégico de inversiones y patrocino
privado
El dinero hace
falta y cada vez cuesta más encontrarlo; por eso hay que
racionalizar estos recursos hacia proyectos globales,
destinados a todos. Es necesaria la descentralización de los
recursos dirigiendo el campo de acción hacia todas las
direcciones posibles. La planificación de un proyecto amplio
y específico de control debe estar prefijado como si se
tratase de un guión de cine, no estar sujeto a la
improvisación. Por ello, sería oportuno elaborar un Plan
Estratégico destinado a las inversiones, así como al fomento
y la búsqueda de patrocinio privado, que sea puesto en
consenso para su análisis y posterior ejecución, en donde se
destaquen las prioridades, los objetivos y las líneas de
acción.
Aquí,
la administración pública puede fomentar el escenario
adecuado, desde la asignación al Patrimonio de ayuntamientos
del 1 % de los Presupuestos Generales del Estado, partida
contemplada desde hace años en los mismos, hasta la permuta
de impuestos locales para empresas y particulares que
brindan su esfuerzo en crear y cuidar de un patrimonio
colectivo.
3º- Crear un Plan
didáctico integral
Este esfuerzo se
tiene que enseñar a todos. Un esquema como éste obliga a
salir del escenario institucional, con fórmulas de formación
en colegios e institutos de nuestra ciudad, así como en
universidades de la Comunidad. Las líneas de trabajo deben
orientarse hacia posiciones laterales y, por qué no,
comprometidas con nuestro tiempo.
Las
acciones específicas orientadas a la Educación deben tener
en cuenta las extraordinarias posibilidades para desarrollar
ideas que nos enriquezcan, que nos hagan más sensibles ante
los retos del hombre actual. Con propuestas que
redimensionen el escenario académico con un mayor compromiso
social. La Educación, la Cultura, el Arte, no pueden ser
ajenos a cuanto ocurre a nuestro alrededor.
4º- Fomentar Un
mayor compromiso social y personal
Para los que
creemos en el poder redentor de la Cultura, su conservación
y difusión es un reto de estimulación, la de convertirnos en
un centro de actuación de sensaciones, de nuevas ideas y
valores sociales. El Arte y el Patrimonio deben ser lugares
imprevisibles. Si los esquemas de representación cambian,
las actitudes de los espectadores y usuarios también lo
hacen. Si los temas de debate pueden generar un
posicionamiento, debemos trabajar en una línea de compromiso
con la vida. Este proyecto debe destinar el mayor esfuerzo
posible al hombre contemporáneo, con programas de apoyo y
difusión a través de la cultura artística, llegando hasta
donde otros no llegan, con programas de responsabilidad
social. En esta línea, las relaciones con otros sectores de
la sociedad deben ser valorados y activados. La solidaridad
debe ser un ingrediente fundamental en el hecho patrimonial.
En
todo cuanto aquí defendemos, es necesario crear un
compromiso de acción en los valores humanos y sociales.
Sueños que bien podrían contribuir a una extraordinaria
colección de ideas o un banco de ideas hecho por los
ciudadanos y para los ciudadanos.
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Una vida. Muchos
mundos que la habitan. Necesitamos abrirnos, necesitamos
confiar en el otro, hablar y que se nos escuche. El hombre
rebelde posee una fuerza que lo hace indomable: el amor por
una causa que siente como adherida a su ser, la causa del
Bien, la misma que debe recordarnos que nos debemos a los
demás, porque nos debemos a nosotros mismos y Sanlúcar de
Barrameda es una muy buena causa. La sociedad del presente
está pidiendo reescribir su futuro, como responsables de su
destino, sin miedo al fracaso, con entusiasmo y
desesperación.
¿Qué buscamos con
todo esto?
¡¿Qué buscas?!
Respeto, y este se
consigue ofreciendo a los demás lo mejor de ti, lo que
puedas dar, sea lo que sea, porque sabes hacerlo. Hay muchos
que te necesitan y a cambio, recibirás algo que es difícil
de encontrar hoy: el placer sin contrapartida de sentirte
bien. Esto es invertir en la gran familia humana.
El
hombre es un ser acomodado; espera y espera hasta que ya no
puede más y entonces es capaz de lo más increíble. Tenemos
una oportunidad maravillosa, estamos preparados, podemos
actuar con capacidad. No esperemos. Todo lo que nos oprime,
lo que nos une en nuestra ciudad: economía, educación,
valores humanos, arte, conflictos, la globalidad, lo local,
las leyes… tienen una razón por sí mismos si es para hacer
de nuestra vida un mundo mejor, en sintonía con nuestros
valores, porque si no nos hacen felices, merecen que los
reinventemos.
A todos. Os
necesitamos. Cada uno de nosotros debe invertir en esta gran
ciudad. Hacemos falta todos en este momento.
Se precisa valor y
liderar con el ejemplo, soñar ideas, las ideas necesitan
secreto y también su tiempo, ideas originales que tengan
valor para quienes nos necesitan. Llamo a todos los
intelectuales, vividores, soñadores, artistas silenciosos,
políticos de barro y carne, humoristas, sanadores,
enamoradores, Cyranos de Bergerac, abuelos contadores de
historias, educadores llenos de deshoras, a aquéllos que
siguen siendo niños a pesar de fueron educados para ser
adultos serios, a todos que sienten ternura con una palabra
o que sonríen con la risa de otro. Vivimos este tiempo, el
más estimulante de la historia de la Tierra, con capacidad
para transformarlo, no dejemos que nadie se abata, que no
nos dobleguen. Hoy, precisamente hoy, ha de ser el mejor de
nuestros días.
A
ti, constructor de sueños, poeta del mundo imaginario,
artesano en el Barrio Marinero, contador de cuentos, de
historias imposibles, cronista de espíritus, alentador de
insurrecciones, guerrillero nihilista, bueno, sí, de una
causa, una sola causa, la del placer, canalla de los barrios
periféricos, superviviente de aquella época en que la
Cultura importaba en esta ciudad, embaucador de ilusiones,
aquéllas que nos hacen cambiar el mundo, cantautor de esas
historias que enamoraban a cualquiera que las escuchase,
trapecista en la barranca del Bario Alto, sin red, devoto de
causas imposibles, truhán de mil y una trampas, joven
apasionado en las noches de Plaza del Cabildo, viejo cansado
de la Plaza de Arriba, pero siempre lleno de vida, palabra,
voz, poema y canción, marino de Bajo de Guía, patrón de
barco en la tormenta perfecta, allí donde nace el samaruco,
aurorista convencido, inventor de las sonrisas más bellas,
hablador incansable, pensador permanente, incluso cuando
todos duermen, perfumista de un mundo aplicado con flor de
galanes de noche y esencia pura de jazmín del Gran Cinema,
en aquellas noches sutiles con el viento suave, suave como
la luz verde de un río imparable.
A ti, feliz por ser
como eres, desde la ciudad más bonita del mundo. Ayúdanos a
soñar esta ciudad, por los que están, por los que vendrán.
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Gracias
al poder que otorga la imaginación, al hablar de cosas
ordinarias y normales con tanta intensidad, finalmente llego
a dotarle en esos comienzos de mis días a los que aludí al
principio de mi intervención, de nuevos y agradecidos
sentidos.
Aquellos viejos del
Café Pozo -como yo les llamo con el mayor de mis afectos-
auspiciado hace ya algunos años por nuestro querido Federico
Pozo y presidido hoy por el Maestro Secundino; con Juan
Gómez al que llaman Quinito; Eduardo Pozo; los hermanos
Domingo y Mané, los del Barato; Mariano Galán; Pepe Gómez;
Manolo Rangel el de Los Corrales y al que hace ya algún
tiempo nos sumamos una generación más joven, con Pepe Pozo,
hijo de Federico; Pepe Pozo, hijo de Luis, y yo mismo. Así
como todos los excelentes camareros del café Pozo, también
participantes de las tertulias y debates, Juan; Andrés; el
Kuki y Antonio. Ellos, todos ellos, suponen un valor
innegable de este Patrimonio Inmaterial.
Entre todos esos
viejos a los que aludía al comienzo, a esos maravillosos
contadores de historias en los comienzos de mis días, he
dejado fuera a una persona muy especial para mí, un maestro
de obra, Sebastián Rivero, con el que regreso cada día de
vuelta de ese primer café, que me habla, durante el instante
que dura nuestro camino compartido, de mi pueblo, de su
historia, de sus casas, de sus detalles arquitectónicos, de
su gente, de palabras desconocidas para mí, pero
genuinamente sanluqueñas, y lo hace de un modo que me
enorgullece.
Un
día, Sebastián se paró en seco, en la calle Carmen Viejo, y
me dijo cerrando un círculo imaginario en el espacio: Paco,
este espacio que ahora ocupas lo ocupó un día tu abuelo,
estas paredes las tocó él y esa puerta, que aún permanece,
también…
Desde ese día, yo
lo toco todo, lo miro todo, siento, vivo las calles de mi
ciudad con un valor añadido incalculable, porque fueron las
mismas a las que pertenecieron los que me precedieron.
Soy sanluqueño,
hijo de Esperanza y Paco, Esperancita Valencia y Francisco
Pérez el de la Caja de Ahorros (como aquí les conocen).
Soy nieto y padre
de sanluqueños.
Esta es la ciudad
que me ha dado la vida y mis sueños, la ciudad desde la que
contemplé el mundo por primera vez, donde conocí el amor, mi
único amor; toda una ciudad entera que habita en mí y que
trato de cuidar como a un ser vivo que me necesita, siendo
mi vida.
Gracias a los que
lucháis desde la soledad para que mi hijo conozca y sienta
también este amor.
Muchas gracias
amigos míos.