Fue fabrica de jabón. La
actividad está documentada en Sanlúcar, desde el
siglo XVI, pero el edificio es posterior. De
finales del siglo XVII o principios del XVIII. La
época no le resta
importancia. Es instalación industrial, de
las que quedan pocas. De no ser destruido, hubiese
sido curiosidad que atrajese a los turistas. Los
que faltarán al hotel que se construye, si Sanlúcar
pierde el poco carácter que le queda.
Se destruyó la fabrica de
“nieve”, de principios del siglo XVII,
que conservaba sus galerías
y estructura; se destruyó la aduana, que
estaba en la Plaza de los Cisnes; se desfiguró la
Cuesta de Belén y se destruyeron cientos de casas,
hasta conseguir que apenas quede rincón, que
preserve el encanto del conjunto.
El Presidente del Consejo Económico
Europeo insistió. Sanlúcar
tenía un capital que debía conservar para
explotarlo. Se lo repitió al alcalde, que prometió
escucharle. Este año vienen los Secretarios del
Consejo Económico, porque les hablaron de la
belleza de Sanlúcar. Les será difícil
encontrarla. En un año, la ciudad se ha
vulgarizado. En lugar de la belleza de lo antiguo,
único e irremplazable, encontrarán la vulgaridad
del pastiche.
La industria del turismo es
cada año más competitiva. Y los turistas más
exigentes. Amplían su horizonte y eligen. Buscan
paisajes urbanos y naturales singulares. Lo que no
pueden encontrar en otra parte. Nadie da un paso
para contemplar vulgaridades.
Sanlúcar tenía patrimonio
sobrado, para retener al turista por espacio de
semanas. Pero lo han destrozado deprisa. Pronto se
dará la paradoja de que habiendo multiplicado las
plazas hoteleras, con destino a los visitantes, no
habrá qué visitar. Un puñado de iglesias y un
palacio, se liquidan en una mañana. Bodega
incluida.
Si hubiésemos apostado por
conservar ese patrimonio, que el auge del turismo
cultural, hace cada día más rentable, sabríamos
que conservación y restauración,
procuran más puestos de trabajo y más
estables, que destruir para construir.
Pero esa conservación no es
posible, sin ayuda de los caudales públicos. No es
justo penalizar al propietario de edificio,
singular por sí o por formar parte de un conjunto,
obligándolo a conservar lo que a todos nos
beneficia, con cargo a su peculio.
Si hubiésemos sumado a la
ayuda económica,
la idea que permite hacer rentable el
edificio singular, sin desfigurarlo y mucho menos
destruirlo, hoy
Sanlúcar sería lugar de visita obligada, como
empieza a serlo Jerez.
Pero la destrucción a que
asistimos en estos meses, de prisas por ser final
de legislatura, me hace temer que llegamos
demasiado tarde. Puestos a destruir, han
desfigurado hasta la Calzada. De manera definitiva,
porque las entradas del parking rompieron la
perspectiva.
Sin embargo valdría la pena preservar lo que queda. Y
sobre todo, sacudirnos esa ignorancia, que nos
lleva a cambiar la dignidad por la esclavitud del
dinero.